La persona que te rompió no puede ser la misma que te arregle




Recuérdalo. La persona que te rompió no puede volver a recomponerte. No cometas ese error, no pienses que esa persona será quien te ayude a arreglarte, a sobreponerte del daño, a eliminar el dolor.


No recaigas si esa relación te hace daño, no recaigas por el miedo a estar en soledad, por el miedo a no saber desenvolverte por la vida sin esa persona a tu lado. Porque las relaciones disfuncionales, si no se trabajan de la manera adecuada, no dejan de serlo de la noche a la mañana y por arte de magia. 


Recuerda que, cuando te rompiste, tu mente se llenó de argumentos que hablaban a favor de una vida sin esa persona. Seguía doliendo y seguías teniendo razones para querer estar a su lado, pero te querías convencer de que su compañía no era lo mejor para ti.

1. Todo aquello de lo que huimos está condenado a repetirse



Pasa el tiempo y los conflictos se repiten. Humillaciones, desconfianza, dolor de una herida mal cicatrizada. Todo aquello de lo que huimos sin resolver, está condenado a repetirse. Freud teorizó este hecho en 1920 en su libro El principio del placer, llamándolo entonces compulsión a la repetición. Esto significa que las personas tendemos a tropezar con la misma piedra (cada uno de la suya, claro está). Significa que cuando nuestra piedra es el establecimiento de un tipo de relación, recaemos en ella de manera sistemática. El hecho de que la piedra con la que tropezamos tenga “nombre de persona” o “estilo de persona” simboliza que tendemos a relacionarnos de la misma manera, a generar dependencias emocionales, a buscar el amor de una forma determinada y, muchas veces, en una persona concreta. Por lo tanto, con frecuencia nos enfrentamos a problemas parecidos a pesar de estar en etapas diferentes. ¿Por qué nos sucede esto? Porque todo aquello de lo que huimos está condenado a repetirse. Si no reflexionamos, no nos replanteamos nuestras decisiones o nuestra manera de relacionarnos, estamos condenados a volver a cometer los mismos errores.

2. Cuando algo se rompe por dentro, ya nada es igual




Cuando nos rompemos, cuando tenemos un dolor muy intenso por dentro, anhelamos la estabilidad, el bienestar que generaba tener a esa persona a nuestro lado. La incertidumbre genera la certeza de que “todo tiempo pasado fue mejor estando acompañados”. Evidentemente estas relaciones de dependencia de un vínculo afectivo tienen un pasado construido sobre un estilo de apego disfuncional, pero esto es algo que podemos cambiar gracias a la reelaboración continua que nos ofrecen nuestras experiencias y reflexiones. El cambio se construye en la formación nuevos vínculos de apego, en la pérdida de ciertos vínculos y en el cambio. Si las experiencias son muy diferentes y significativas, el propio contenido de las representaciones, las estrategias y los sentimientos llega a cambiar la tendencia a buscar relaciones fundamentadas en la dependencia. El arreglo de nuestras grietas emocionales debe correr a cuenta de uno mismo. Reconstruirse es una labor propia, nadie tiene el poder ni la responsabilidad de que lo hagamos. Seamos conscientes de que todo proceso de cambio lleva consigo dolor y esfuerzo. Conseguir decir adiós a una persona no significa retroceder, significa separar lo que nos enriquece de lo que nos desgasta, cuidar nuestra valía y dejar de perseguir las migajas de un amor que nos es sano.

3. Desapegarnos del dolor nos ayuda nutrir nuestra autoestima




Desapegarnos de aquello que supone egoísmos, intereses y ausencias injustificadas nos ayudará a comenzar una nueva etapa, a sembrar y cosechar sustento para nuestra autoestima y crecer emocionalmente. Soltar, alejarnos de vínculos que nos han dañado, significa liberarnos, crecer y crear una nueva vida. Una nueva vida que se alza como propia, que crece respirando oxígeno psicológico de una atmósfera fértil para el cambio. Cubrir de tierra el dolor no es garantía de prosperidad en una relación. Hay veces que a las historias de puntos suspensivos hay que quitarles dos y dejarlas en punto y final. Ese adiós implica desubicarnos durante un período de tiempo indeterminado. Eso nos puede angustiar, pero la consecuencia inmediata de lograrlo es la reconstrucción de uno mismo y la armonía con nuestro interior. Se trata de ser honestos y exigentes con nuestras compañías emocionales. No siempre es fácil, pero sí necesario.



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