El mito de la princesa ideal

Las mujeres de carne y hueso no encajamos con la fantasía masculina de una princesa ideal, a la vez madre y esposa, virgen, aislada, paciente...

Nosotras tenemos la fantasía del Príncipe Azul, ellos la de la Princesa Rosa. Las Princesas son esas mujeres que aparecen en los cuentos de hadas entregadas al amor, mujeres hermosas, dulces, discretas, tranquilas, generosas, altruistas, entregadas, sacrificadas, abnegadas, románticas y soñadoras, frágiles y sumisas, sensibles y delicadas, con capacidad para amar con devoción y para cuidar a su amado y a la familia feliz que construye junto al amado.

Cómo es su princesa ideal

Son mujeres que están solas en el mundo: en los cuentos nunca aparecen con sus madres, hermanas, primas, tías, abuelas, vecinas. No tienen amigas, y mucho menos amigos.

Están solas y están esperando a ser rescatadas de la vida que llevan, normalmente una vida aburrida de encierro y soledad, como las princesas de la torre, o una vida de explotación y semiesclavitud, al estilo de Cenicienta y Blancanieves. Princesas todas que esperan y esperan, creyendo que pronto recibirán el premio justo a su paciencia, a su lealtad, a su fe en el amor.

A los hombres patriarcales les gusta mucho esta idea de tener a una mujer esperando a que corran sus aventuras de juventud para ir a buscarlas cuando se vean obligados a sentar la cabeza. Y les encanta salvarlas de su encierro, de su explotación, o de su aburrimiento, porque así se sienten importantes y cumplen con su rol de El Salvador.

Los hombres también tienen sus fantasías románticas, y algunos viven en eterna decepción porque ninguna de las mujeres que se encuentran en el camino cumple con todos los requisitos que le piden a la Princesa.

Por ejemplo, no encuentran ya mujeres vírgenes: ellos quieren recibir su regalo de hombre adulto con el producto sin estrenar, con la pureza e inocencia de la feminidad no contaminada, un poco al estilo de la Virgen María, el modelo de mujer que sirve a Dios para alumbrar un hijo suyo en la Tierra.

A los chicos les gusta imaginar a la mujer ideal como una esposa-madre que les cuide, que esté pendiente de ellos, que les ayude, que les sirva y les ame tan incondicionalmente como ama una madre a sus hijos. Quieren mujeres entregadas, sin pasado, sin vida sexual, sin amigas, sin experiencias con hombres, creyendo que si sólo les conocen a ellos, sólo les desearán y amarán a ellos, sin interferencias del pasado ni del presente. Por eso necesitan a mujeres aisladas de su entorno, y rivalizando entre sí por probarse el zapato y ser la elegida para ocupar el trono del amor.

La mujer ideal que nos ofrece el imaginario patriarcal es blanca, es rubia, es bella, es complaciente y encantadora. Sus manos no son las de una mujer trabajadora, y no se mezcla con el populacho: permanece inmaculada en su torre de marfil, preocupada por su belleza y centrada en su necesidad de ser amada y protegida por un macho alfa.

Las mujeres "inferiores"

Sin embargo, ellos pueden vivir sus aventuras sexuales con cuantas mujeres quieran, desahogarse y aprender las artes del amor con ellas, mientras no se impliquen emocionalmente en ninguna relación.

Como la princesa es la que ocupa el trono, todas las demás mujeres son colocadas en la categoría inferior, de manera que los hombres se sienten legitimados para relacionarse con ellas desde su posición de poder que le permite utilizarlas, cosificarlas, engañarlas, ningunearlas, y portarse mal con ellas. Algunos chicos lo advierten nada más empezar: “tú para mí no eres nada, yo no me voy a enamorar”, y la mayoría de ellos viven soñando con la llegada de la mujer que sí se merezca su confianza y su amor.

Una mujer que no ha llegado aún, pero que llegará, y mientras tanto, ellos se sienten con derecho a tener relaciones sexuales con otras mujeres para pasar el rato hasta que llegue el gran día. Las mujeres de inferior nivel (o sea, las mujeres de carne y hueso), no son dignas de ser amadas porque para la masculinidad patriarcal, no se puede confiar en ninguna de nosotras: somos todas malas, interesadas, manipuladoras, cobardes, mezquinas, y traicioneras. Todas, excepto las Princesas, que son difíciles de encontrar.

Desde bien pequeños a los niños se les educa para que nos vean como a las enemigas que quieren quitarles su libertad y su poder, y no se dejen seducir.
No la busques, la princesa no existe

Su ejemplo a seguir es Ulises, que venció la tentación de las malvadas sirenas, y cuando volvió de sus aventuras tuvo ahí a Penélope esperando durante treinta años, sin querer emparejarse con nadie, confiando en que algún día llegaría su amado. Ella fue el premio a su valentía por no dejarse embaucar por la belleza y los cantos de las sirenas (aunque si sucumbió a los encantos de Circe, pero “sí son los hombres”, y así se les quiere y se les perdona. Penélope era la Mujer que Espera con lealtad y sumisión al amor y al amado, el trofeo que todo guerrero se merece al terminar su misión.

Y así las cosas, a muchos hombres se les pasa la vida. Viven soñando con su princesa, o resignados a no poder encontrar jamás a esa mujer ideal. Van de relación en relación y se quedan siempre en la superficie, con la armadura puesta, sin desnudarse, sin conectar, sin abrir su corazón. Luchando por no enamorarse, aferrados a la idea de que tiene que haber una mujer mejor, que no pueden “conformarse” con una de carne y hueso, que no pueden arriesgarse a que cualquier mujer les traicione y les rompa el corazón.

El mito de la Princesa les hace mucho daño porque no les deja disfrutar del sexo y del amor, y porque les mantiene presos de un ideal que no van a encontrar jamás. Todas las mujeres somos imperfectas, tenemos pasado, tenemos nuestros propios sueños, tenemos nuestros propios deseos, y ninguna hemos nacido para esperar, ni para amar incondicionalmente. Las mujeres de carne y hueso nacemos todas libres. Nos enamoramos, nos desenamoramos, elegimos nuestra pareja, terminamos nuestras relaciones, y también nos decepcionamos porque no existen los príncipes azules.

Nunca van a encontrar a la mujer que les ame para siempre sin importar cómo las traten.

Las mujeres de carne y hueso no nacimos para aguantar, ni para servir, ni para dar nuestra vida entera a otra persona olvidándonos de la nuestra. Nunca van a encontrar a una mujer que obedezca todos y cada uno de los mandatos de género, porque todas las mujeres estamos en lucha dentro y fuera de nuestras casas, porque todas nos rebelamos en mayor o menos medida a la dictadura del patriarcado, y porque todas soñamos con liberarnos para poder ser y amar en libertad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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