No quiero perderle pero ya no le veo como mi pareja.
Jorge tenía dudas. Esas dudas le generaban angustia. Y todo acababa empeorando su relación con Virginia. Llevaban seis años juntos y entre ellos todo había funcionado a la perfección. Siempre fueron buenos amigos, se apoyaban, se ayudaban a crecer mutuamente. Sentían que juntos eran más fuertes, que hacían un buen equipo y que nada podía romper aquello tan especial. La parte sexual también fluía sin problemas entre ellos.
Después de celebrar su 6º aniversario, Jorge se dio cuenta que empezaba a fijarse en otras mujeres. Él sabía que eso era inevitable y que nos puede pasar a todos, pero ahora era diferente. Le costaba más apartar esas otras personas de su mente. Sus fantasías se apoderaban de él, ocupando cada vez más territorio y hasta llegar al punto de no querer dejar de pensar en ello. De desearlo. Deseaba que esas fantasías se hicieran realidad.
Eso le asustó y empezó a preocuparse porque vio que poco a poco había dejado de ver a Virginia como una pareja. Era su mejor amiga, habían sido muy felices juntos, hacían un equipo maravilloso, pero ya no la deseaba. En la consulta él lo describía como “ya no había chispa”. Tenían todo un mundo construido juntos, habían hablado del deseo mutuo de ser padres…habían comprado una casa que seguían pagando entre los dos…y tantas cosas más…Sentía como si la cabeza le estallara cada vez que se obligaba a enfrentarse a la realidad de lo que llevaba dentro, aunque no le gustara y aunque sin duda habría dado lo que fuera por dejar de sentirlo.
No podía.
No elegimos lo que sentimos y tampoco podemos elegir cambiarlo. No se sentía atraído por Virginia. No quería perderla, era una de las personas más importantes de su vida, pero ya no la veía como pareja.
Pero también pensaba en la posibilidad de equivocarse y que luego si quería volver atrás ya fuera tarde, y eso le mantenía atascado en un océano de dudas que le dejaban exhausto. Pasó varios días ansioso y varias noches sin dormir, hasta que decidió que aquello no era bueno para ninguno de los dos. Decidió dejar la relación. Fue muy honesto con Virginia.
Ella, como es de suponer, sintió aquello como el abandono más desolador que jamás habría imaginado. Tardó ocho meses en asimilarlo y salir de su estado depresivo. Finalmente lo consiguió. Hoy tiene otra pareja y es feliz.
Lo importante de esta historia es que tengamos claro que cuando hay una ruptura que solo desea uno de los dos, por lo general son los dos los que sufren, y no solo uno, como muchas veces suponemos. Quien deja la relación puede sufrir igual o incluso a veces más que quien es abandonado. Soy consciente que es difícil medir el sufrimiento porque es una experiencia subjetiva, pero he visto personas enfermar debido a la inmensa culpa que sienten al ver a su ex pareja hundida en la miseria sin salir del rol de víctima desvalida tras haber decidido dejarla/le. No olvidemos que cuando uno deja al otro y lo hace con una explicación coherente (aunque ésta se base en algo como “ya no siento lo mismo, lo que debo sentir” porque sabemos que esto le puede pasar a cualquiera), con respeto y bondad, esto indica que siente un verdadero cariño hacia su pareja, que le desea lo mejor y por ello decide alejarse, porque al haber cambiado sus sentimientos, ya no se siente honesto si sigue allí.
Y si damos un paso atrás e intentamos analizarlo con un poco de perspectiva, estaremos de acuerdo que encajar una ruptura no deseada es una situación muy dolorosa, para la que sin duda hay que atravesar un complejo proceso de duelo, pero que sin embargo, todos estamos preparados para conseguirlo con éxito y volver a ser igual o más felices de lo que éramos dentro de esa relación.
Fuente: La otra cara del amor, silviacongost.com
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